lunes, 27 de marzo de 2006

Memorias de la Mosha: Capítulo 3

Hatsumamá derrocada

Yo no sé cuanto tiempo pasé sufriendo con la maldita Hatsumamá; de lavar el piso con un cepillo de dientes pasé a la cocina para limpiar platos y posteriormente fui promovido al área de los baños en donde me la pasaba limpiando vómitos de borracho. El Jefe había regresado en el tiempo que había convenido a cobrar la renta, más se encontró con una gran sorpresa: la madame de Chuminópolis se había hecho de muchos aliados y lo estaban esperando para partirle la madre y acabar con su monopolio de centros de trata de blancas. Hatsumamá era en extremo ambiciosa y no quería perder ni un centavo pues ya tenía sus naylon tan jugueteadas que debía aprovechar a exprimirle el poco jugo que todavía le podía salir.

Aquello era el pandemonium; había miembros de la Asociación Nacional de Prostitutas, del Círculo de Casas Mexicanas de Masaje, el Club Privado de Meretrices de Monterrey y sorpresivamente, hasta la Agrupación de Dueñas de Prostíbulos del Distrito Federal vestidas de amarillo por ser Perredistas. Y por supuesto, no podían faltar las chicas del Sindicato Único de Falenas de Yucatán con sucursales en el A.D.O., la esquina del Venadito y Periférico Oriente.

El pobrecito Jefe no pudo ni meter las manos, fue amarrado de pies y manos y le cayeron a palos… y estaba tan duro el tiroteo que hasta Hatsumamá estuvo a punto de pedir que a ella le tocara uno que otro paliacate por que andaba excitada sobremanera por la espectacular saña con la que le cayeron al pobrecito Jefe. Los únicos que se salvarían para beneplácito mío fueron Terry y Billy, quienes al ver la clase de golpiza que le estaban propinando a su patrón, decidieron doblar las manitas y no meterse mucho por que les hubieran roto hasta los huesos… y eso si hubiera sido una tragedia. 2 semanas estuvieron sin poder moverse y yo los tuve que atender para que quedaran en condiciones. Les daba de comer en la boquita, los bañaba y les limpiaba toda la longitud de sus cuerpos… no sean mal pensados por que Belinda era la que se encargaba de limpiar aquello que sus cochinas mentes ya pensaron… pero no antes de que me hubiera iniciado en el arte de los masajes manuales. Fue durante ese período de convalecencia que Billy y Terry llegaron a conocerme muy pero muy a fondo.

Una vez restablecidos mis negritos chulos, empezamos a confabular un plan. Se rumoraba que se habían llevado los restos del Jefe a descansar en la ciénega de Progreso pues su último deseo había sido que lo enterraran ahí, junto a los restos de su amado automóvil que un día feneciera después de una borrachera fatal; ahí, entre bagres, pirañas y flamencos descansaría hasta el fin de los tiempos. Más aunque los negros parecían sumisos, no olvidaban su verdadera lealtad y confabulaban conmigo para deshacerse de la perra maldita que les había quitado de una vida fácil y llena de placeres.

Lo que Hatsumamá no sabía y ni siquiera imaginaba, era que había una perra más perra que ella en ese entonces, y no hablo de mi, pues a mi aun me faltaba el entrenamiento pertinente en las lides amorosas, pues yo, Alex de simple cangrejo no pasaba y hay que reconocer que me hacía falta mucho pero mucho, mucho callo para poder considerarme siquiera una encueratriz. En una de esas pláticas nocturnas con mi par de Picoteantes Habaneros, me había dado cuenta de la realidad detrás de todo el show montado por el Jefe. No era el quien mandaba en verdad, había una figura de mayor autoridad y perrez quien movía las riendas sentada desde su trono virtual.

El Jefe había sido méramente un prestanombres de la perra más perra y zorra de todas las perras del perro mundo del perrismo. Mamaesta, quien se hacía pasar por hombre macho dominador de mujeres, era quien iba a la cabeza… de hecho, siempre pasaba por ahí primero pero se escondía. Nadie la había visto, era como el átomo del que todos hablan pero ni un pelaná le había visto. Billy me decía “tu sabe que aquella ve que no recogiero en el bote había un capitán, que nunca salía a toma el sol, siempre se quedaba econdido tra el timón y el iba navegando, po poco y llegamo a Miami, pero como no teniamo ni un peso decidimo Terry y yo quedarno con ese buen hombre que conocimo como el Jefe”. “Podrá habe sido el Jefe, pero creo que el verdadero cerebro tra de la operación, escuché que se llamaba Mamaesta”… y yo de repente obedecía pues a quien le dan pan que llore.

Noche tras noche, día tras día los años fueron pasando sin tener noticia de Mamaesta; Mamaesta por aquí, Mamaesta por acá y Mamaesta de nuevo era todo lo que sabían decir mis adorados negritos cucurumbés, y yo les obedecía y empíricamente, fui aprendiendo a como comportarme con un hombre. Aquellos habían hecho suya a la perra de Belinda quien empezaba igualmente a dar muestras de rebeldía pues Hatsumamá no la dejaba acercarse a sus múltiples, pero múltiples marchantes.

Una noche, después de que Hatsumamá le propinara una madriza a Belinda por que se había metido a su cuarto interrumpiendo un complicado acto contorsionista involucrando a un equipo de Fútbol Americano y un set de bolas asiáticas, recibimos misteriosamente una visita a mitad de la noche. Terry y Billy no pudieron hacer más que abrir los ojos de par en par al ver que estaban ante la presencia del Castor, el director de espionaje, investigación e inteligencia de las huestes administradas por Mamaesta. Y no vayan a creer que el Castor era muy brillante, pues aquel había perdido la mitad de sus neuronas en una de sus primeras aventuras con su lideresa al aspirar una enorme bocanada de thinner cuando aquel nada más estaba haciendo la finta de estarse drogando pues, aunque fanáticos por el alcohol, el tabaco y la prostitución, no solían mirar ni de broma las drogas ilegales por miedo a que los metieran al bote. Pero aún así, era el menos bruto de la asociación y le hacían caso a el.

Tiritando de frío (era Invierno y había heladez en Yucatán) el Castor nos hizo señas de guardar silencio, “traigo un recado de Mamaesta… deben de acompañarme esta noche pues se cierne un atentado contra el negocio de Hatsumamá en venganza por haber privado al Paladín de las Arañas y menores de edad de su marido favorito”. “Hoy es buena idea, es Domingo y acaba de terminar con 22 hombres y su maldito collar, así que debe estar cansada y agotada reposando en su habitación” gritó Belinda con un rictus de dolor y sed de venganza combinadas en su cara llena de moretones. “Bueno, pues síganme y no hagan ruido” dijo el Castor quien al darse la vuelta tropezó con un cajón y tira una de las lámparas de mesa. Si no hubiera sido por mi creciente velocidad con las manos, el jarrón se hubiera hecho pedazos alertando a más de uno de los homosexuales que compartían la cama con la Señora de la Noche.

Salimos con disimulo, precaución y silencio… el Castor no sabía ni para donde ir pero afortunadamente, Belinda conocía la residencia de arriba a abajo y nos guió hacia el patio, hacia aquel lugar donde el Jefe, ahora muerto, me había entregado según el al cuidado y abrigo de la perra de Hatsumamá. Los guardias de la puerta habían sido atados y amordazados por miembros de la fuerza Elite de Mamaesta y yacían en su puesto de vigilancia. 2 escoltas fuertemente armados y enmcascarados nos abrieron la puerta y salimos finalmente a la calle.

Un Dart verde completamente dado en su madre nos esperaba en las afueras del local… difícilmente pensé que nos pudiera servir de mucho y al entrar al vehículo, finalmente conocí a Mamaesta… “Agárrense de donde puedan por que ahorita que yo regrese, vamos a salir volando de aquí” dijo Mamaesta con voz enojada. Se bajó del coche y junto con el escuchamos el ruido de 3 combis como esas blancas del FUTV vaciarse con guerrilleros armados hasta los dientes. Irrumpieron ahora en la casa que acabábamos de dejar ya sin importarles si había ruido o no. Hatsumamá no volvería a hacer trucos malabares. Aquello fue una masacre, las armas llevaban silenciador por lo que casi no hubo ruido. No mucho tiempo después, salió Mamaesta de la casa y haciendo casi, casi magia para encender el motor nos largamos de ahí; "he acabado con la maldita" dijo Mamaesta orgulloso de su obra, "sus últimas palabras fueron: voy a morir en la cumbre de mi perrez pues acabo de terminar con 22 hombres de un solo jalón” "y pues me la eché... y fueron 23 hombres, y ya después la mandé a matar..." Hatsumamá no era más, se había extinguido su vida y ya no sabríamos más de ella.

Una vez que logramos arrancar, pusimos marcha pero no íbamos rápido por que para variar, al Castor se le había olvidado ponerle gasolina al coche y tendríamos que parar en una gasolinera. “A donde no dirijimo Mami?” preguntó Billy conocía al líder con la suficiente confianza como para cuestionarle. “aquí el pendejo Castor nos ha conseguido un refugio en Cacalchén, ahí he abierto una casa segura y podremos mantenernos escondidos por un tiempo mientras se calman los ánimos con las autoridades municipales pues con eso de que son del PAN ya no aceptan sobornos tan fácilmente”. “Ahí es donde haré realidad la promesa que el Jefe me pidiera cumplir por si algo le pasaba, haré de ti, Alex, toda una perra para el deleite de todos mis clientes” apuntó Mamaesta mirándome tiernamente mientras me pasaba de un lado a otro del enorme vehículo brincando y saltando de felicidad. Mi sueño se cumpliría y finalmente lograría ser lo que debí haber sido desde que naci: una mujer hecha y derecha.

¿Quieres saber como Alex se transforma en el Mosh? ¿Qué nuevas aventuras le esperan a la Mosha en Cacalchén? No te pierdas el próximo capítulo de la ardiente Sapo-Novela Memorias de la Mosha el próximo lunes

Los nombres de las diferentes sindicaciones, ligas y asociaciones de falenas son tomadas de un Power Point en contra de AMLO creado por Joaquin P Gavilan.

Status: saludos a Mamaesta, el Castor, Hatsumamá y el Jefe (que en paz descansen las muy perras)
Escuchando: I knew I loved you; Savage Garden

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